En el siglo XXI todavía resuenan los ecos de los fantasmas del pasado, mientras los suelos crujen en la oscuridad de la noche; las historias de miedo que los abuelos contaban antes de ir a dormir; los monstruos que de pequeños nos perseguían por los pasillos de las casas; e incluso, la inquietud en las tardes de tormentas por los truenos que se acercan a nuestro refugio. De una manera más terrorífica y real, tenemos un miedo colectivo a la expansión de virus y pandemias, a los avances de la tecnología que se representan en el imaginario colectivo y popular a través de las invasiones zombis y a la rebelión de las máquinas desde visiones apocalípticas. Asimismo, el terror a la violencia sexual y la inseguridad constante en espacios públicos y privados sigue instaurado en el subconsciente de las mujeres. Por esta razón, el gótico ha reivindicado  a la bruja como un ser empoderado y, desde las teorías ecofeministas, se ha establecido una estrecha relación entre esta figura, la pérdida de espacios naturales y la emergencia climática.

El folclore y el gótico comparten un sustrato común basado en la experimentación del miedo tanto en entornos naturales como en espacios cerrados y claustrofóbicos. En estas manifestaciones, el horror y el terror se materializan a través de elementos preternaturales (Bouyer 1985; Fontea, 2008; Montaner, 2014), profundamente arraigados a la cultura y el momento histórico en que se insertan. Desde 1970 se utiliza en la tradición inglesa el neologismo folk horror que, como afirma Eamon Byers (2014), crea una voz semántica para un contenido ya existente, que revela el miedo y el terror expuestos a través de rituales en comunidades tradicionales. El gótico, por su parte, ha evolucionado desde que el escritor inglés Horace Walpole hubiese añadido este término al subtítulo de la novela El castillo de Otranto (1764) y los lectores se hicieran eco de relatos trágicos que repetían una fórmula definida por la presencia de la heroína, el villano, el paisaje de lo sublime y la trama con un misterio sin resolver. La inserción del gótico en la posmodernidad (Catherine Spooner, 2006; Maria Beville, 2009; Abigail Lee Six, 2010; William Hughes, 2012; Fred Botting, 2013; Maria Purves, 2014; Ann Davies, 2014) y su alcance global (Byron 2013; Punter 2015) demuestran su vitalidad y su capacidad de adaptación a nuevos movimientos y realidades. En la última década, el ecogótico surge como una nueva disciplina que aúna las denuncias de la ecocrítica y el estudio del terror ficcional para establecer una relación directa entre las catástrofes ambientales, el miedo y el ser humano (Smith y Hughes, 2013).